Ayla estaba abrumada: nunca se había mostrado Creb duro con ella. Había creído que se alegraría de que aprendiera su idioma; y ahora le decía que era mala porque miraba a la gente y trataba de aprender más. Confundida y dolida, se le saltaron las lágrimas, le inundaron los ojos y corrieron por sus mejillas.
-¡Iza! - llamó Creb, preocupado-. ¡Ven acá! Ayla tiene algo en los ojos.
Los ojos de la gente del clan sólo se llenaban de lágrimas cuando algo se les metía dentro o si tenían catarro o padecían alguna enfermedad de la vista. Él nunca había visto que los ojos brotaran lágrimas de infelicidad. Iza llegó corriendo.
-¡Mira eso! Le chorrean los ojos. Quizás le haya entrado una chispa.
Será mejor que se los mires - insistió.
También Iza estaba preocupada. Alzando los párpados de Ayla, miró de cerca los ojos de la niña.
-¿Te duele el ojo? -preguntó
La curandera no podía ver la menor señal de inflamación. No parecía que tuviera nada malo en los ojos: sólo que chorreaban.
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