domingo, 28 de agosto de 2011

La insoportable levedad del ser


No es la necesidad, sino la casualidad, la que está llena de encantos. Si el amor debe ser inolvidable, las casualidades deben volar hacia él desde el primer momento, como los pájaros hacia los hombros de San Francisco de Asís.
[...]

Se respondió: Si una tumba está cubierta por una lápida, el muerto ya nunca podrá salir.
Pero si el muerto nunca sale, ¿no da lo mismo que esté cubierto de tierra o de piedra?
No da lo mismo: Cuando cubrimos una tumba con una piedra, significa que no queremos que el muerto regrese. La pesada lápida le dice al muerto: "¡Quédate ahí donde estás!".
Sabina se acuerda de la tumba de su padre. Encima del ataúd hay tierra, de la tierra crecen flores y el arce estira sus raíces hacia el ataúd, de modo que podemos imaginarnos que, a través de esas raíces y esas flores, sale de la tumba. Si su padre hubiese estado cubierto por una lápida, nunca hubiera podido ir a hablar con él después de su muerte, nunca hubiera podido oír en la corona del árbol su voz que la perdonaba.
[...]

Recordó el conocido mito de El banquete de Platón: los humanos eran antes hermafroditas y Dios los dividió en dos mitades que desde entonces vagan por el mundo y se buscan. El amor es el deseo de encontrar a la mitad perdida de nosotros mismos.

La insoportable levedad del ser - Milan Kundera

Si tu em dius vine ho deixo tot....però diguem vine




Sempre he cregut que encara no hem conegut les persones més importants de la nostra vida. I com no existeixen, no ens preocupa que el cotxe les hagi deixat a la cuneta, que se'ls hagi mort un ésser estimat, que estiguin tristes o que les hagin abandonat.
Encara no existeixen en el nostre món i per això la seva tristesa i la seva felicitat no ens pertanyen ni ens afecten...fins al dia que les coneixem i ens posem al dia del seu món.
Ara m'adonava que passa el mateix amb la gent que perdem i sabem que no recuperarem. Sembla que haguem d'oblidar el que els passa i els amoïna. I això no estava disposat a fer-ho; la gent ho fa per sobreviure....Potser jo no desitjava sobreviure.

Si tu em dius vine ho deixo tot....però diguem vine - Albert Espinosa

Los amantes del círculo polar - Julio Medem



Palabras verdaderas....

Amelie


A Amelie le gusta descubrir los detalles que nadie más ve....

Fantástico montaje de Amelie en imágenes:  http://youtu.be/1nXEx0WEJzw

La bruja de Portobello

- Pero no se puede escribir sobre el baile. Hay que bailar.
- Exacto. En el fondo, las anotaciones no decían mas que eso: bailar hasta el agotamiento como si fuésemos alpinistas subiendo esta colina, esta montaña sagrada. Bailar hasta que, debido a la respiración asfixiante, nuestro organismo pueda recibir oxígeno de una manera a la que no está acostumbrado, y eso hace que acabemos perdiendo nuestra identidad, la relación con el espacio y el tiempo. Simplemente bailar al son de la percusión, repetir el proceso todos los días, entender que en un determinado momento, los ojos se cierran naturalmente y que vemos una luz que viene de dentro de nosotros, que responde a nuestras preguntas, que desarrolla nuestros problemas escondidos.
[...]
-¿Sabes que he descubierto? Que aunque el éxtasis es la capacidad de salir de uno mismo, el baile es la manera de subir al espacio. Descubrir nuevas dimensiones y, aun así, seguir en contacto con tu cuerpo. Con el baile el mundo espiritual y el mundo real pueden vivir sin conflictos.


La bruja de Portobello - Paulo Coelho

sábado, 27 de agosto de 2011

Come, reza, ama - Las ruinas son el camino a la transformación



Palabras profundas...

Mi vida sin mí - Isabel Coixet



Palabras sinceras...

Veronika decide morir



Así debéis proceder vosotros: manteneos locos, pero comportaos como personas normales. Corred el riesgo de ser diferentes, pero aprended a hacerlo sin llamar la atención. Concentraos en esta flor y dejad que el verdadero Yo se manifieste.

- ¿Qué es el verdadero Yo? - interrumpió Veronika

Quizás lo supiesen todos allí, pero eso no importaba: a ella no debería preocuparle tanto incomodar o no a los demás.

El hombre pareció sorprendido con la interrupción, pero respondió:

- Es aquello que tú eres, no lo que hicieron de ti.


Veronika decide morir - Paulo Coelho





Mi corazón que baila con espigas

Me gusta soñar. Miento: me gusta pensar en sueños. No es lo mismo soñar que pensar en sueños, y a mí me gusta pensar en sueños, cosas que podrían pasarme pero que no me pasarán nunca. Es en el umbral de la noche, tras alargar el brazo para apagar la luz de la mesilla y desplomar mi cabeza sobre la almohada. Transcurridos unos instantes resulta difícil establecer la frontera entre la realidad y la fantasía. Todo empieza a mezclarse , y esa confusión, esa injerencia de unos espacios en otros, propicia un estado afín a la placidez. Antes cuando era más joven, soñaba que me llamaba Dely, o Curra, o Fide, porque entonces estaba llena de tontunas y creía que los hombres saldrían corriendo al conocer mi auténtico nombre. Me gustaba sobretodo Dely. Dely, no era como yo, pero era yo. Mejor dicho, era la que me hubiese gustado ser, con las piernas torneadas y corintias, el cuello selvático y una presencia tirando a estrafalaria que distraía mi verdadera forma de ser y, especialmente, mi verdadero nombre. Para ahuyentar los cataclismos que podía producir la pronunciación de mi nombre, yo tenía una personalidad furiosa, vestía siempre pantalones de cuero, bebía whisky y follaba con hombres de polla grande. esto último era sólo un fogonazo, una chispa loca, pero también me gustaba soñarlo. En la ausencia de lucidez me reconocía  a mi misma y alcanzaba instantes de gozoso bienestar. También me sentía libre. Durante mi primera adolescencia recuerdo que la gente hablaba de libertad relacionándola con las asociaciones políticas, con la expresión, la ausencia de censura cinematográfica, todo eso. Yo era una imberbe, pero si alguien me hubiera pedido que expresara con palabras la sensación de libertad hubiera respondido sin titubear. Libertad era soñar despierta. De todos los momentos del día, el mas grande y el único que no contemplaba limitaciones se producía antes de dormirse. Acurrucada bajo las sábanas, con los párpados dulces y todo el peso del silencio en el cuerpo, pensaba sin necesidad de rendirle cuentas a nadie. A lo largo del día acataba las órdenes de los mayores, contaba cómo me habían ido las clases en el liceo, a qué hora había salido de piano, si había cogido el autobús o el metro, cuántos escaparates me había detenido a mirar en el camino, como se titulaba la película que Loreto y yo pensábamos ver el domingo y con quién acababa de hablar por teléfono. No podía reservarme nada porque todo tenía que hacerlo público. Sólo me pertenecían los pensamientos. Me acostaba, pues, para pensar, no para dormir, deseosa de acariciar mi privacidad y dar rienda suelta a mis fantasías. [...]
Pero Leo, tampoco es Leo, sino una mezcla del personaje que yo he modelado en mis sueños y ese otro, de carne y hueso, al que conocí vestido de uniforme y que tanto ha desbaratado mi vida.
Todas las noches me duermo antes de que el sueño haya terminado. Siempre sucede así. Me duermo en plena borrachera y cuando recupero el hilo, la consciencia impone poco a poco su hábitos represivos. A la luz del día ya no me llamo Dely, ni bebo más whisky de la cuenta ni hago el amor en los ascensores. A la luz del día tengo miedo, pienso mucho en padre y en la escasa atención que le presto, me avergüenzo de escribir literatura de catálogos y siento que Ventura me desprecia por no saber quién era Max Weber. La luz es cruel. La luz me recuerda que me llamo Fidela, que trabajo en una miserable agencia de publicidad, que tengo casi cuarenta años y que el whisky no me gusta porque es amargo y me rasca el paladar como si fuera una tela de saco.



Mi corazón que baila con espigas - Carmen Rigalt

La princesa que creía en los cuentos de hadas



-No es cierto -respondió Victoria con cierta timidez---, Vicky no es imaginaria, es real.

-Ya eres demasiado mayor para estas cosas -le dijo la reina-, ya es hora de que aprendas a distinguir entre lo que es real y lo que no. ¡La gente comenzará a murmurar!

Victoria dijo frunciendo el entrecejo:

-Me tiene sin cuidado lo que diga la gente. Vicky es real, habla, se ríe, llora y siente. Le encanta bailar, soñar, cantar y...

El rey estaba furioso:

-¡Vaya, así que ella es la que atrae a todos esos horribles pájaros con su desafinado canto, la que causa
semejante espectáculo delante de los criados y es la única responsable de que el perro se pasee delante de mis pies y la que grita y protesta cuando las cosas no le agradan! ¿Eso es lo que quieres decirme?

-Pero... pero... no lo entendéis --dijo Victoria con un tono de voz muy débil-, siempre os enfadáis con ella y, en realidad, es un ser encantador. Es maravillosa, dulce, divertida, simpática y.. es la mejor amiga que he tenido jamás. ¿No podríais tratar de...?

El rey reaccionó como era normal en él en tales situaciones, le dio una severa reprimenda mientras la señalaba con el dedo y la miraba con el rostro encendido de ira. Su enfado culminó cuando le gritó:

-¡Eres demasiado delicada, demasiado sensible, Victoria! Tienes miedo de tu propia sombra y eres muy
soñadora. ¿Qué te ocurre?, ¿por qué no puedes ser como las demás princesas? -A continuación, y dando muestras de una gran frustración dijo-: ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

La reina intentó calmarle, pero, como de costumbre, sólo consiguió empeorar la situación. Los dos comenzaron a discutir sobre la princesita como si ella no estuviera presente. Ésta, que sólo deseaba poder desaparecer, bajó la cabeza y miró fijamente al mantel que tenía delante para evitar, así, sus miradas. No podía soportar verse reflejada en sus ojos ya que sólo servían para recordarle que todo lo hacia mal. Enseguida, sus heladas miradas y sus enojadas voces volvieron a mortificarla:

-¡Míranos cuando te estamos hablando, Victoria!, -le ordenó el rey.

La princesita alzó sus grandes ojos llenos de miedo, incapaz casi de oír sus palabras pues Vicky gritaba con todas sus fuerzas para acallar sus voces.

Transcurridos unos angustiosos minutos, la reina dijo:

-¡Mira lo que has conseguido, Victoria has vuelto a decepcionar a tu padre. Las princesas deben de ser
fuertes, es más, son modelos de perfección en la Corte. Estoy segura de que ya lo sabes y también de que hay una forma correcta e incorrecta de ser, de actuar y de sentir. Pues bien, ¡vas a saber cuál es la diferencia, jovencita, de una vez por todas! Vete a tu habitación ahora mismo, quédate allí y, por amor de Dios, ¡borra esa expresión de tu cara!

Por un lado, Victoria estaba abatida por todo lo que había pasado y, por otro, los gritos de Vicky le producían un terrible dolor de cabeza. A decir verdad, en eso se había convertido Vicky: en un tremendo dolor de cabeza.

Vicky seguía hablando sin parar mientras la princesita subía la escalera de caracol del palacio. «Si las
princesas son todas como ellos dicen, es muy probable que nosotras no seamos unas princesas reales.
Apuesto a que la cigüeña les trajo un bebé equivocado.» «¡Eso es, ya lo sé Victoria... Victoria! -repitió VickY elevando cada vez más la voz-, ¿me estás escuchando?»

-¡Tú --gritó Victoria en tono acusador cuando entraron en la habitación-, tú eres la débil y la que tiene miedo de todo. La única que siente lo que no debe y la que sueña cosas que, posiblemente, no van a ocurrir. ¡Incluso me haces decir lo que no debo! Tú eres la única a la que no le importa el Código Real y soy yo la que siempre tiene problemas.

-Yo soy así -le contestó Vicky en un tono de voz tan bajo que Victoria tuvo que hacer un gran esfuerzo por oírla---, y no debo de ser bastante buena, así que nunca te llevarás bien con ellos mientras siga a tu lado. Lo mejor que puedo hacer es marcharme y no volver jamás.

-¿Qué voy a hacer? -protestó Victoria, tienes que mantenerte alejada del rey y de la reina. Tal vez si te
escondieras debajo de la cama desde ahora mismo...

-¿Ah, igual que Timothy, igual que un perro? Me niego a esconderme ahí debajo. Es su lugar secreto y quiero que él se quede ahí, como siempre.

-No puedo hacer nada para que vuelva, pero sí que puedo hacer algo por ti -le contestó Victoria-, tengo que esconderte en algún sitio, y debajo de la cama es el único lugar que se me ocurre.

Vicky aceptó, aunque no estaba muy entusiasmada con la idea. Sin embargo, una vez a salvo debajo de la cama siguió hablando de lo injusto que era el Código Real, del odio y del mezquino comportamiento del rey y de la reina, de la soledad que sentía debajo de la cama todo el día, de que no era la persona más apropiada para ser la mejor amiga de nadie y de que seguía queriendo marcharse para no regresar jamás.

Esa misma noche, sintiéndose demasiado cansada para tomar su burbujeante baño de espuma y para
escuchar cualquier cuento de hadas, Victoria rechazó la compañía de la sirvienta y de la reina y se metió en la cama, mientras Vicky no dejaba de hablar.

Incapaz de poder dormir, le pidió que se callara. Pero en lugar de eso, guiada por su impulsividad salió a gatas de su escondite y saltó a la cama de Victoria, hundió su cara entre las almohadas y empezó a llorar. Las lágrimas mojaron la sedosa colcha y llegaron hasta el suelo.

-¡Basta ya -insistía Victoria por lo bajo-, no puedo soportarlo más. Vas a mojarlo todo. Además, te van a oír. ¿Qué te pasa?, ya sabes que existe una forma correcta e incorrecta de ser, de actuar y de sentir y ¡vas a saber cuál es la diferencia, jovencita, de una vez por todas!

-¿Qué vas a hacer?, -le preguntó Vicky con voz llorosa.

-Lo que debía haber hecho hace mucho tiempo. ¡Voy a esconderte en un sitio del que no puedas salir de forma inesperada ni causarme ya más problemas!

-¡Pensaba que eras mi amiga pero ya veo que no es así! – le contestó gritando -; eres tan mezquina como el rey y la reina.

-No me eches a mí la culpa. ¡Todo esto es por Tu culpa! Te dije que te mantuvieras alejada de ellos -le contestó

Victoria, levantándose de la cama al instante, al tiempo que resbalaba con sus pies descalzos en el suelo mojado por las lágrimas y encendía la lámpara de la mesilla, ¡entra ahí ahora mismo! -le ordenó, señalando uno de los armarios roperos al otro lado de la habitación-, y no quiero oírte gritar ni quejarte.

Así pues, sacó a Vicky de la cama, que gritaba sin parar, la arrastró por el suelo, la metió a empujones en el guardarropa y cerró la puerta de golpe. Luego, con el mismo tono de voz empleado muchas veces por la reina, le dijo: «Estoy haciendo esto por tu propio bien, Vicky». A continuación, colocó la llave dorada en la cerradura y la cerró con firmeza.

-¡No la cierres! Te prometo que no saldré, Victoria. Lo juro y..

-Tus promesas no significan nada -Victoria tiró la llave dentro de su ajuar de novia, de madera blanca, con ramos de rosas tallados a mano que decoraban las esquinas-. Te conozco, empezarás a hablar, a gimotear y a abrir la puerta del armario para contarme esto o aquello cada vez que te apetezca y...

-No puedes esconderme -le gritó Vicky a través de la puerta-, formamos una pareja. Prometimos ser las
mejores amigas pasara lo que pasara, ¿te acuerdas?

-Eso fue antes de que te convirtieras en mi peor enemiga, -le contestó Victoria.

-¡Victoria, por favor, por favor, déjame salir de aquí! -le suplicó Vicky, dando golpes desesperados en la puerta-, te necesito. Se supone que siempre vamos a estar juntas. ¡No me dejes sola!, tengo miedo, Victoria. Seré buena y haré todo lo que me pidas pero, por favor, ¡déjame salir!

Victoria volvió a sentarse en su gran cama de dosel y ya sola, débil y agotada, se tapó los oídos con los
enormes almohadones para no oír los sollozos de Vicky que traspasaban la puerta del armario. Por fin, éstos se convirtieron en gemidos y, más tarde, en silencio. Victoria levantó una punta de su edredón de plumas y lo acercó a su pecho para sentir su suavidad. A continuación, exhausta, se sumió en su particular mundo de los sueños en donde no hay lugar para la tristeza.

La princesa que creía en los cuentos de Hadas - Marcia Grad
 

El dios de las pequeñas cosas


Estha siempre había sido un niño callado, así que nadie pudo determinar con precisión el momento exacto (por lo menos, el año, ya que no el mes ni el día) en que dejó de hablar. Simplemente, dejó de hablar; eso es todo. El hecho es que no hubo un "momento exacto". Había sido un asunto de reducción paulatina del negocio hasta llegar al cierre definitivo. Un ir quedándose callado apenas perceptible. Como sí, sencillamente, se hubiese quedado sin tema de conversación y ya no tuviese nada más que decir. Además, el silencio de Estha nunca fué incómodo. Ni molesto. Ni llamativo. No era un silencio acusador, de protesta, sinó más bien un aletargamiento, una inactividad, un equivalente psicológico de lo que hacen los peces dipneos para soportar la temporada de sequía, salvo que, en el caso de Estha, dicha temporada parecía que iba a durar eternamente.


Con el tiempo había adquirido la capacidad de mimetizarse con aquello que tuviese detrás (librerías, jardines, cortinas, puertas, calles) hasta parecer inanimado, casi invisible para un ojo inexperto. Normalmente, a los extraños les llevaba cierto tiempo reparar en él, incluso aunque se concentrasen en la misma habitación. Y tardaban aún más en darse cuenta de que nunca hablaba. Había quien ni siquiera lo advertía.


Estha ocupaba muy poco espacio en el mundo.

El dios de las pequeñas cosas - Arundhati Roy