jueves, 29 de noviembre de 2012

Patch Adans

 
 
...de repente se creó una diferencia entre el resto del mundo y mi mundo, miraba alrededor y veía que la vida continuaba igual que antes, sin embargo yo no era igual...

viernes, 23 de noviembre de 2012

Baila, baila, baila - Haruki Murakami


Por otra parte, hay personas que se ven arrastradas por esa cabalidad que llevo dentro. Son escasas, pero existen. Esas personas -sean hombres o mujeres- y yo nos atraemos y después nos alejamos con toda naturalidad, como astros errantes en el oscuro espacio del cosmos. Vienen a mí, se relacionan conmigo y un buen día se marchan. Se convierten en mis amigos, mis amantes, mi mujer. Algunos también pueden volverse enemigos. Pero, al final, siempre se alejan de mi. Se rinden o se desesperan o se quedan callados (aunque se abra el grifo, ya nada sale) y se marchan. Mi vivienda tiene dos puertas. Una de entrada y otra de salida. No son intercambiables. No se puede salir por la entrada o entrar por la salida. Así está establecido. La gente entra por la entrada y sale por la salida. Hay distintas formas de entrar y salir. Pero al final todos salen. Algunas personas lo hacen a fin de probar nuevas posibilidades y otras para ahorrar tiempo. Otras porque mueren. No queda nadie. En mi apartamento no hay nadie, aparte de mi. Y siempre noto la ausencia de los que se han marchado. Las palabras que pronunciaron, sus alientos, las canciones que susurraron, las veo flotar como polvo en cada rincón de mi apartamento.
Me da la impresión de que la imagen que todos ellos tenían de mi era bastante precisa. Por ese motivo todos se acercaron a mi y al poco tiempo se marcharon. Fueron testigos de mi cabalidad y de la honestidad -no se me ocurre otra palabra- con que intenté preservar esa cabalidad. Ellos intentaron decirme algo y abrirme sus corazones. Casi todos eran amables. Pero yo fuí incapaz de ofrecerles nada. Y aunque hubiera sido capaz, no habría sido suficiente. Me esforcé en darles todo lo que podía. Hice cuanto estaba a mi alcance. A mi vez, buscaba algo en ellos. Pero nunca funcionaba y acababan marchándose.
Era penoso, sin duda.

domingo, 30 de septiembre de 2012

El Clan del Oso Cavernario - Jean M. Auel

 
Ayla estaba abrumada: nunca se había mostrado Creb duro con ella. Había creído que se alegraría de que aprendiera su idioma; y ahora le decía que era mala porque miraba a la gente y trataba de aprender más. Confundida y dolida, se le saltaron las lágrimas, le inundaron los ojos y corrieron por sus mejillas.
 
-¡Iza! - llamó Creb, preocupado-. ¡Ven acá! Ayla tiene algo en los ojos.
 
Los ojos de la gente del clan sólo se llenaban de lágrimas cuando algo se les metía dentro o si tenían catarro o padecían alguna enfermedad de la vista. Él nunca había visto que los ojos brotaran lágrimas de infelicidad. Iza llegó corriendo.
 
-¡Mira eso! Le chorrean los ojos. Quizás le haya entrado una chispa.
Será mejor que se los mires - insistió.
 
También Iza estaba preocupada. Alzando los párpados de Ayla, miró de cerca los ojos de la niña.
 
-¿Te duele el ojo? -preguntó
 
La curandera no podía ver la menor señal de inflamación. No parecía que tuviera nada malo en los ojos: sólo que chorreaban.
 
 

viernes, 31 de agosto de 2012

Samsara






¿Como impedir que una gota de agua se seque?

Devolviéndola al mar......

sábado, 21 de julio de 2012

El lobo estepario - Hermann Hesse



Un hombre capaz de comprender a Buda, un hombre que tiene noción de los cielos y abismos de la naturaleza humana, no debería vivir en un mundo en el que dominan el common sense, la democracia y la educación burguesa. Sólo por cobardía sigue viviendo en él, y cuando sus dimensiones lo oprimen, cuando la angosta celda de burgués le resulta demasiado estrecha, entonces se lo apunta a la cuenta del "lobo" y no quiere enterarse de que a veces el lobo es su parte mejor.

***

Cada vez más cerca, cada vez más distintamente comencé a ver el fantasma que tanto miedo me producía. Era la vuelta a mi casa, el retorno a mi cuarto, el tener que pararme ante la deseperación. A esto no podía escapar, aun cuando estuviera corriendo todavía horas enteras: al regreso hasta mi puerta, hasta la mesa con los libros, hasta el diván con el retrato de mi querida colgado encima.

***

Harry encuentra dentro de sí un "hombre", esto es, un mundo de ideas, sentimientos, de cultura, de naturaleza dominada y sublimada, y a la vez encuentra allí al lado, también dentro de sí, un "lobo", es decir, un mundo sombrío de instintos, de fiereza, de crueldad, de naturaleza ruda, no sublimada.

La cura Schopenhauer - Irvin D. Yalom


Pam se quedó aturdida. Apenas oyó lo que John le decía. El mensaje se quedó atascado durante días como un bolo alimenticio indigerible e imposible de regurgitar. Hora tras hora oscilaba entre el odio y el amor, entre el deseo de él y el deseo de verlo muerto. Se imaginó cosas que podían pasar. John y su família muertos en accidente de tráfico; la mujer de John muerta en un accidente de aviación y John presentándose, a veces con sus hijas, a veces solo, en su casa. Unas veces ella se lanzaba a sus brazos, otras lloraban tiernamente juntos, otras ella fingía que había un hombre en su casa y le cerraba la puerta en las narices.
Pam se había beneficiado mucho de los dos años de terapia individual y de grupo, pero en esta crisis la terapia no dio frutos: se veia impotente ante el monstruoso poder de sus obsesiones. Julius hizo lo que pudo. Se mostró infatigable y echó mano de todos los recursos de su caja de herramientas. Primero le pidió que se observara y que llevara la cuenta del tiempo que dedicaba a su obsesión. Entre cuatro y cinco horas al día. ¡Asombroso! Y parecía que ella no podía controlarlo; su obsesión tenía un poder demoníaco. Julius intentó ayudarla a recuperar el control mental insistiendo en una paulatina y sistemática disminución de su tiempo de fantasías. Viendo que eso fallaba, recurrió a un enfoque paradójico y le dijo que escogiera una hora cada mañana para dedicarla por entero a pensar en sus fantasías más reiteradas acerca de John. Aunque Pam siguió sus instrucciones, la obsesión se negaba a ceder y siguió invadiendo sus pensamientos. Julius le sugirió entonces algunas técnicas para dejar de pensar. Pam se pasó días gritando "¡No!" a su propia mente o maltratándose las muñecas con una goma elástica.
Julius probó a desactivar la obsesión poniendo al desnudo su significado latente. "La obsesión es una distracción: protege de pensar en otras cosas -le explicó-. ¿Qué se oculta tras ella en tu caso? Si no existiera la obsesión, ¿en qué pensarías?". Pero la obsesión no perdía terreno.

La identidad - Milan Kundera


¿Nostalgia? ¿Como se podía sentir nostalgia si lo tenía delante? ¿Cómo se puede sufrir por la ausencia de alguien que está presente? (Jean-Marc sabía contestar: se puede sentir nostalgia en presencia del ser amado si vislumbras un porvenir en el que el ser amado ya no está; si la muerte, invisible, del ser amado ya está presente.)


viernes, 29 de junio de 2012

Para Anna (de tu muerto) - Nuria Roca




¿Para que mirarme si no sé si lo que veo va a gustarme? Lo único que sé hacer es seguir hacia delante porque pararme me da miedo. Me muevo por incercia, como esos aparatos de bolas metálicas que se golpean entre sí y nunca se detienen. Eternamente moviéndose sin que pase nada, sin alterar nada a su alrededor. Todo su movimiento es inútil. Muchas veces yo soy igual, me muevo sin parar, pero no en línea recta, y creo que con frecuencia puedo volver al mismo punto de partida exhausta por el esfuerzo y sin haber avanzado ni un metro. Estoy ya muy cansada de moverme así.

 
***

 
Una vez tuve unos zapatos de charol granate oscuro que me compró mi madre. Ese día fué probablemente el más feliz de toda mi infancia. Yo tendría unos siete años y me los compró un martes. Contaba los días con ansiedad para que llegara el siguiente domingo y poder estrenarlos. Fui a misa con ellos y me la pasé mirando el maravilloso brillo de mis zapatos de charol granate. Después, como siempre, mis padres fueron al bar y yo al parque. Estuve allí todo el rato hasta que mis padres salieron del bar. Al levantarme, comprobé que las punteras de mis zapatos de charol estaban arañadas por la tierra y se veía el cuero negro que había debajo del charol. Ver aquellas punteras destrozadas me provocó una tristeza que recuerdo insuperable. Algunas veces me acuerdo todavía de mis zapatos rotos y creo que ahora mismo podría dibujar con absoluta precisión la forma de aquellas nubes negras que se instalaron en mis zapatos hasta que mi madre me los cambió por otros negros normales, "mucho mas sufridos", según ella. Recordando el brillo de mis zapatos granates, creo que aquella mañana en el parque descubrí que las cosas que realmente quieres duran demasiado poco. Y lo peor es que fui yo quien los destrocé sin darme cuenta.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Los peligros de leer


María Zambrano se preguntaba: "Habiendo un hablar, ¿por qué el escribir?". Es una pregunta pertinente. Porque, si ya podemos hablar, ¿para qué escribir? ¿Qué nos aporta la escritura que no tengamos en el habla? Zambrano decía que, al hablar, soltamos las palabras, nos desprendemos de ellas de modo que también ellas se alejan de nosotros. Las palabras dichas son nuestras, claro, pero, como en seguida se van, dejan casi de ser nuestras en cuanto salen de la boca. Por eso, a veces, es bueno morderse la lengua pues, a menudo, nos cuesta reconocernos del todo en lo que decimos y pronto tendemos a desdecirnos de lo dicho: "No quería decir eso". Por el contrario, al escribir, se retienen las palabras, se hacen más propias y, al quedar fijadas, ya no podemos, amparándonos en la prisa del hablar, hacer como si no fueran nuestras. Lo escrito, escrito está. Dicho y, ya de una vez por todas, ahí queda: devolviéndonos lo que quisimos decir, en la forma que lo dijimos, sin poder dar marcha atrás. Por eso la escritura nos compromete más de lo que hace cualquier cosa.

En ese sentido, no parece impertinente preguntarse, con todo lo que hay para ver, mirar y escuchar, por qué leer. ¿Qué nos aporta la lectura? ¿Qué extraña forma de compromiso mantenemos con lo que leemos? ¿Qué hacemos, al leer? ¿Qué hace la lectura con nosotros? ¿Será la lectura, como ingenua y equivocadamente pretenden algunos, un paréntesis de la vida? ¿O será quizás más bien una forma de vida? Por otra parte, ese acto de lectura, que tradicionalmente se ha considerado como un recogimiento, como una concentración en la soledad del leer, ¿no será más bien una forma de comunidad, un modo de pertenecer a una comunidad y de contribuir a enriquecerla? Sobre estas, y muchas otras cosas, estuvieron conversando, el otro día, en la sede de la editorial RBA, Iñaki Gabilondo, el periodista, y Ángel Gabilondo, el metafísico y, hasta hace nada, ministro de Educación. Fue una sesión memorable, que deslumbró a quienes tuvieron la fortuna de acercarse hasta allí y que, sin duda, salieron trastornados por participar en la conversación a la que allí se convocaba. La ocasión: la presentación del último libro de Ángel Gabilondo, Darse a la lectura (RBA), un texto formidable y fascinante que hará las delicias de quienes aman leer y de quienes, además, piensan que, en la lectura, está en juego mucho más que la simple ocupación del tiempo.

Darse a la lectura es, antes que nada, una invitación a conversar, leyendo, pues toda lectura es conversación, en torno a una pasión, esa que su autor imagina, acertadamente, compartida. Gabilondo ha recordado a menudo aquello de Hegel: "Sin pasión nada grande se ha llevado a cabo ni puede llevarse". Y la lectura, cuando alguien se da, entregándose a ella, tiene algo de pasión: es una pasión porque es algo que nos pasa. No algo que pasa, sucede sin más y luego desaparece. Sino algo que nos pasa: cuando leemos, dándonos a la lectura como quien se da a la bebida o a otras cosas, sentimos que ya no podemos pasar sin ello. Algo que nos pasa: también, por eso, algo que nos cambia, que nos hace ser otros. No sólo porque, a través de la lectura, podamos, a menudo, dejar de estar en nuestro lugar y en nuestro tiempo para habitar otros espacios y momentos, o dejar de estar solos para estar con otros, cuyas vidas, mientras leemos, pueden importarnos más, y mucho más, que la nuestra, sino, sobre todo, porque al leer, cuando leemos dándonos a la lectura, algo en nosotros pasa y, además, a veces, nos damos cuenta.

Pero lo mejor del libro, aparte de que da que pensar, cosa que no puede decirse siempre de un libro, y de que está atravesado por consideraciones sabias y preguntas que nos obligan a detenernos, es que señala, también, los peligros de la lectura. Y eso lo hace imprescindible. Porque la lectura no es una actividad inocua. Al contrario. Al leer, se moviliza todo lo que somos, hasta el extremo de que, cuando leemos de verdad y cuando lo que leemos merece en rigor ser leído, eso nos pone realmente en peligro. Por eso Gabilondo advierte que quien se sienta completamente satisfecho con lo que es y con cómo es no merece la pena que pierda el tiempo en leer. Tampoco, quien crea saberlo todo o suponga que lo que piensa no merece ser cuestionado. Porque todo eso, al leer, seguramente quedará trastornado. Y a lo mejor, entonces, corre el peligro de ser de otro modo.

¿En qué consisten estos peligros? Casi podrían ponerse en una lista, cosa que no vamos a hacer aquí, porque ya lo hace el libro y mejor de lo que podríamos siquiera insinuar. Pero algunos de estos peligros pueden ser elocuentes. Veamos. "Leer es demorarse", cosa nada recomendable en una época que nos lleva de un sitio para otro sin que muchos de estos lugares nos inviten a permanecer en ellos. Y, además, eso comporta otro riesgo, que es el de encontrarse: "desde luego, con los otros y, si se persiste, consigo". Por eso, para leer, hay que estar dispuesto a hacer la experiencia de la hospitalidad: "la que permite el acceso, la entrada, la irrupción, la participación", nada menos. Y leer, además, exige estar dispuesto a "pensar más, para pensar mejor, de otro modo". Pero, sobre todo, leer implica estar a punto para "dejarse decir": para que algo nos llegue de fuera y se nos meta dentro, para convertirse, tal vez, en algo más nuestro que lo que, antes de leer, era nuestro. Y así, llegar a ser algo que no éramos gracias a esa irrupción, en nosotros, de algo de lo que ya no podremos prescindir.

Xavier Antich - La Vanguardia

martes, 31 de enero de 2012

Siddhartha


- Esto - dijo jugueteando - es una piedra, y dentro de un tiempo determinado, quizá sea tierra, y esa tierra se convierta en planta, animal o ser humano. Pues bien, en otro tiempo hubiera dicho: "Esta piedra es tan sólo una piedra, carece de valor y pertenece al mundo de Maya; pero como en el ciclo de las transformaciones tal vez llegue a convertirse en hombre o en espíritu, también he de otorgarle valor." Así hubiera pensado yo antes. Ahora, en cambio, pienso: esta piedra es una piedra, pero es también animal, también es Dios, también es Buda; la amo y la respeto no porque algún día pueda llegar a ser esto o lo otro, sino porque es y ha sido siempre todo. Y la amo precisamente por esto, porque es piedra y en este momento se me presenta como tal; y descubro un valor y un sentido en cada una de sus venas, y concavidades, en el amarillo, en el gris, en la dureza, en el sonido que emite cuando la golpeo, en la sequedad o la humedad de la superficie. Hay piedras que ofrecen al tacto una consistencia oleaginosa o jabonosa, y otras que parecen hojas, o arena, y cada una tiene sus atributos distintivos y reza el Om a su manera, cada una es Brahma, pero al mismo tiempo es una piedra, es oleaginosa o jabonosa y me parece extraordinario y digno de veneración.



Siddhartha - Hermann Hesse

domingo, 29 de enero de 2012

La espuma de los días


Llamaron a la puerta y apareció un manipulador que empujaba una carretilla blanca esterilizada. La producción de Colin del último día se escondía bajo un lienzo blanco, y el lienzo quedaba levantado en uno de sus extremos. Aquello no habría pasado si los cañones fueran perfectamente cilíndricos, y Colin se sintió preocupado. El manipulador salió y cerró la puerta.
- ¡Ah!....- dijo el hombre -, no parece que se haya arreglado.
Levantó el lienzo y aparecieron doce cañones de azul y frío acero, en cuyos extremos se abría una hermosa rosa blanca, fresca y sombreada de beis en los huecos de sus aterciopelados pétalos.
- ¡Oh!.... - murmuró Colin -, ¡que bonitas son!
El hombre no dijo nada y tosió dos veces.
- No vale la pena que vuelva mañana al trabajo - dijo dudando.

La espuma de los días - Boris Vian


viernes, 27 de enero de 2012

La invención de la soledad


Cada libro es una imagen de soledad. Es un objeto tangible que uno puede levantar, apoyar, abrir y cerrar, y sus palabras representan muchos meses, cuando no muchos años de la soledad de un hombre, de modo que con cada libro que uno lee puede decirse a sí mismo que está enfrentándose a una partícula de esa soledad. Un hombre se sienta solo en una habitación y escribe. El libro puede hablar de soledad o compañía, pero siempre es necesariamente un producto de la soledad. A. se sienta ante su mesa para traducir el libro de otro hombre, y es como si entrara en la soledad de ese hombre y la hiciera propia. Aunque sin duda eso es imposible, pues una vez que se abre la brecha de una soledad, una vez que la soledad ha sido asumida por otro, deja de ser soledad para convertirse en una especie de compañía.

La invención de la soledad - Paul Auster

domingo, 22 de enero de 2012

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas


Hubiese querido deshacerme en lágrimas, pero no podía llorar. Era demasiado mayor para hacerlo, había tenido demasiadas experiencias en mi vida. En este mundo existe un tipo de tristeza que no te permite verter lágrimas. Es una de esas cosas que no puedes explicar a nadie y, aunque pudieras, nadie te comprendería. Y esa tristeza, sin cambiar de forma, va acumulándose en silencio en tu corazón como la nieve durante una noche sin viento.
Cuando era más joven, había intentado alguna vez traducirla en palabras. Pero por más que me había esforzado en buscar las palabras adecuadas, no había conseguido comunicársela a nadie, ni siquiera a mí mismo, y había dejado de intentarlo. De modo que había bloqueado las palabras, había bloqueado mi corazón. La tristeza, cuando es tan profunda, ni siquiera permite metamorfosearse en lágrimas.

* * *

El sol penentraba por el parabrisas y me envolvía en su luz. Al cerrar los ojos, sentí como la luz me calentaba los párpados. La luz del sol tras seguir un  largo trayecto, había llegado a este humilde planeta y había dedicado una pequeña parte de su fuerza a calentar mis párpados. Al pensarlo, me sentí extrañamente conmovido. La providencia del universo no olvidaba mis párpados. En aquel instante entendí un poco los sentimientos de Aliosha Karamazov. Probablemente, a una vida limitada se le otorga una bendición limitada.

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas - Haruki Murakami

sábado, 21 de enero de 2012

Al sur de la frontera, al oeste del sol


Pero en aquellos cinco dedos y en aquella palma se concentraban, como en un catálogo, todas las cosas que yo quería saber, todas las cosas que tenia que saber. Y ella, al tomarme de la mano, me las enseñó. Me enseñó que en el mundo real existía un lugar como aquél.

* * *

En su interior, Shimamoto poseía un pequeño mundo propio. Un mundo que sólo ella conocía y al que sólo ella tenía acceso. Una única vez había estado a punto de abrírseme la puerta de este mundo. Pero ahora volvía a estar cerrada.

* * *

Las ilusiones ya no me ayudarían más. Ya no entretejerían más sueños para mí. Por más lejos que fuera, el vacío seguía siendo el vacío. Había estado sumergido en él durante mucho tiempo. Había obligado a mi cuerpo a familiarizarse con él.


Al sur de la frontera, al oeste del sol - Haruki Murakami

El país de las últimas cosas


- Abandoné la esperanza de ser alguien - decía -. El objetivo de mi vida era huir de lo que me rodeaba, vivir en un sitio donde ya nada pudiera hacerme daño. Intenté destruir mis lazos uno a uno, dejar escapar las cosas que me importaban. La idea era lograr la indiferencia, una indiferencia tan poderosa y sublime que me protegiera de cualquier ataque. Me despedí de ti, Ana, me despedí del libro, del pensamiento de volver a casa, incluso intenté despedirme de mí mismo. Poco a poco me volví tan calmo como un Buda, sentado en un rincón sin prestar atención al mundo que me rodeaba. Si no hubiese sido por mi cuerpo - las demandas ocasionales de mi estómago y de mis intestinos - tal vez no hubiese vuelto a moverme. Me repetía a mi mismo que la solución perfecta consistía en no desear nada, no ser nada. Al final llegué a vivir casi como una piedra.

El país de las últimas cosas - Paul Auster

lunes, 16 de enero de 2012

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo


(...) la imaginación lo era todo. Si puedes imaginar bien y de forma concreta lo que quieres, puedes alejarte más de la realidad. Y quizá fuera eso lo que me hacía más feliz: aquello era gratuito. Imaginar no cuesta dinero. Es magnífico ¿verdad? Creaba en mi mente vestidos bonitos y los transformaba en dibujos, y eso no sólo me transportaba a un lugar alejado de la realidad, para mí aquello era indispensable para seguir viviendo. Era algo tan normal, tan natural como respirar. Por eso suponía que a todo el mundo le pasaba algo parecido. Pero en cuanto supe que a los demás no les pasaba, que no eran capaces de hacerlo por más que lo intentaran, pensé: <<En cierto sentido, soy distinta, así que tendré que vivir de un modo distinto>>.

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo - Haruki Murakami