martes, 31 de enero de 2012

Siddhartha


- Esto - dijo jugueteando - es una piedra, y dentro de un tiempo determinado, quizá sea tierra, y esa tierra se convierta en planta, animal o ser humano. Pues bien, en otro tiempo hubiera dicho: "Esta piedra es tan sólo una piedra, carece de valor y pertenece al mundo de Maya; pero como en el ciclo de las transformaciones tal vez llegue a convertirse en hombre o en espíritu, también he de otorgarle valor." Así hubiera pensado yo antes. Ahora, en cambio, pienso: esta piedra es una piedra, pero es también animal, también es Dios, también es Buda; la amo y la respeto no porque algún día pueda llegar a ser esto o lo otro, sino porque es y ha sido siempre todo. Y la amo precisamente por esto, porque es piedra y en este momento se me presenta como tal; y descubro un valor y un sentido en cada una de sus venas, y concavidades, en el amarillo, en el gris, en la dureza, en el sonido que emite cuando la golpeo, en la sequedad o la humedad de la superficie. Hay piedras que ofrecen al tacto una consistencia oleaginosa o jabonosa, y otras que parecen hojas, o arena, y cada una tiene sus atributos distintivos y reza el Om a su manera, cada una es Brahma, pero al mismo tiempo es una piedra, es oleaginosa o jabonosa y me parece extraordinario y digno de veneración.



Siddhartha - Hermann Hesse

domingo, 29 de enero de 2012

La espuma de los días


Llamaron a la puerta y apareció un manipulador que empujaba una carretilla blanca esterilizada. La producción de Colin del último día se escondía bajo un lienzo blanco, y el lienzo quedaba levantado en uno de sus extremos. Aquello no habría pasado si los cañones fueran perfectamente cilíndricos, y Colin se sintió preocupado. El manipulador salió y cerró la puerta.
- ¡Ah!....- dijo el hombre -, no parece que se haya arreglado.
Levantó el lienzo y aparecieron doce cañones de azul y frío acero, en cuyos extremos se abría una hermosa rosa blanca, fresca y sombreada de beis en los huecos de sus aterciopelados pétalos.
- ¡Oh!.... - murmuró Colin -, ¡que bonitas son!
El hombre no dijo nada y tosió dos veces.
- No vale la pena que vuelva mañana al trabajo - dijo dudando.

La espuma de los días - Boris Vian


viernes, 27 de enero de 2012

La invención de la soledad


Cada libro es una imagen de soledad. Es un objeto tangible que uno puede levantar, apoyar, abrir y cerrar, y sus palabras representan muchos meses, cuando no muchos años de la soledad de un hombre, de modo que con cada libro que uno lee puede decirse a sí mismo que está enfrentándose a una partícula de esa soledad. Un hombre se sienta solo en una habitación y escribe. El libro puede hablar de soledad o compañía, pero siempre es necesariamente un producto de la soledad. A. se sienta ante su mesa para traducir el libro de otro hombre, y es como si entrara en la soledad de ese hombre y la hiciera propia. Aunque sin duda eso es imposible, pues una vez que se abre la brecha de una soledad, una vez que la soledad ha sido asumida por otro, deja de ser soledad para convertirse en una especie de compañía.

La invención de la soledad - Paul Auster

domingo, 22 de enero de 2012

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas


Hubiese querido deshacerme en lágrimas, pero no podía llorar. Era demasiado mayor para hacerlo, había tenido demasiadas experiencias en mi vida. En este mundo existe un tipo de tristeza que no te permite verter lágrimas. Es una de esas cosas que no puedes explicar a nadie y, aunque pudieras, nadie te comprendería. Y esa tristeza, sin cambiar de forma, va acumulándose en silencio en tu corazón como la nieve durante una noche sin viento.
Cuando era más joven, había intentado alguna vez traducirla en palabras. Pero por más que me había esforzado en buscar las palabras adecuadas, no había conseguido comunicársela a nadie, ni siquiera a mí mismo, y había dejado de intentarlo. De modo que había bloqueado las palabras, había bloqueado mi corazón. La tristeza, cuando es tan profunda, ni siquiera permite metamorfosearse en lágrimas.

* * *

El sol penentraba por el parabrisas y me envolvía en su luz. Al cerrar los ojos, sentí como la luz me calentaba los párpados. La luz del sol tras seguir un  largo trayecto, había llegado a este humilde planeta y había dedicado una pequeña parte de su fuerza a calentar mis párpados. Al pensarlo, me sentí extrañamente conmovido. La providencia del universo no olvidaba mis párpados. En aquel instante entendí un poco los sentimientos de Aliosha Karamazov. Probablemente, a una vida limitada se le otorga una bendición limitada.

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas - Haruki Murakami

sábado, 21 de enero de 2012

Al sur de la frontera, al oeste del sol


Pero en aquellos cinco dedos y en aquella palma se concentraban, como en un catálogo, todas las cosas que yo quería saber, todas las cosas que tenia que saber. Y ella, al tomarme de la mano, me las enseñó. Me enseñó que en el mundo real existía un lugar como aquél.

* * *

En su interior, Shimamoto poseía un pequeño mundo propio. Un mundo que sólo ella conocía y al que sólo ella tenía acceso. Una única vez había estado a punto de abrírseme la puerta de este mundo. Pero ahora volvía a estar cerrada.

* * *

Las ilusiones ya no me ayudarían más. Ya no entretejerían más sueños para mí. Por más lejos que fuera, el vacío seguía siendo el vacío. Había estado sumergido en él durante mucho tiempo. Había obligado a mi cuerpo a familiarizarse con él.


Al sur de la frontera, al oeste del sol - Haruki Murakami

El país de las últimas cosas


- Abandoné la esperanza de ser alguien - decía -. El objetivo de mi vida era huir de lo que me rodeaba, vivir en un sitio donde ya nada pudiera hacerme daño. Intenté destruir mis lazos uno a uno, dejar escapar las cosas que me importaban. La idea era lograr la indiferencia, una indiferencia tan poderosa y sublime que me protegiera de cualquier ataque. Me despedí de ti, Ana, me despedí del libro, del pensamiento de volver a casa, incluso intenté despedirme de mí mismo. Poco a poco me volví tan calmo como un Buda, sentado en un rincón sin prestar atención al mundo que me rodeaba. Si no hubiese sido por mi cuerpo - las demandas ocasionales de mi estómago y de mis intestinos - tal vez no hubiese vuelto a moverme. Me repetía a mi mismo que la solución perfecta consistía en no desear nada, no ser nada. Al final llegué a vivir casi como una piedra.

El país de las últimas cosas - Paul Auster

lunes, 16 de enero de 2012

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo


(...) la imaginación lo era todo. Si puedes imaginar bien y de forma concreta lo que quieres, puedes alejarte más de la realidad. Y quizá fuera eso lo que me hacía más feliz: aquello era gratuito. Imaginar no cuesta dinero. Es magnífico ¿verdad? Creaba en mi mente vestidos bonitos y los transformaba en dibujos, y eso no sólo me transportaba a un lugar alejado de la realidad, para mí aquello era indispensable para seguir viviendo. Era algo tan normal, tan natural como respirar. Por eso suponía que a todo el mundo le pasaba algo parecido. Pero en cuanto supe que a los demás no les pasaba, que no eran capaces de hacerlo por más que lo intentaran, pensé: <<En cierto sentido, soy distinta, así que tendré que vivir de un modo distinto>>.

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo - Haruki Murakami