sábado, 27 de agosto de 2011

La princesa que creía en los cuentos de hadas



-No es cierto -respondió Victoria con cierta timidez---, Vicky no es imaginaria, es real.

-Ya eres demasiado mayor para estas cosas -le dijo la reina-, ya es hora de que aprendas a distinguir entre lo que es real y lo que no. ¡La gente comenzará a murmurar!

Victoria dijo frunciendo el entrecejo:

-Me tiene sin cuidado lo que diga la gente. Vicky es real, habla, se ríe, llora y siente. Le encanta bailar, soñar, cantar y...

El rey estaba furioso:

-¡Vaya, así que ella es la que atrae a todos esos horribles pájaros con su desafinado canto, la que causa
semejante espectáculo delante de los criados y es la única responsable de que el perro se pasee delante de mis pies y la que grita y protesta cuando las cosas no le agradan! ¿Eso es lo que quieres decirme?

-Pero... pero... no lo entendéis --dijo Victoria con un tono de voz muy débil-, siempre os enfadáis con ella y, en realidad, es un ser encantador. Es maravillosa, dulce, divertida, simpática y.. es la mejor amiga que he tenido jamás. ¿No podríais tratar de...?

El rey reaccionó como era normal en él en tales situaciones, le dio una severa reprimenda mientras la señalaba con el dedo y la miraba con el rostro encendido de ira. Su enfado culminó cuando le gritó:

-¡Eres demasiado delicada, demasiado sensible, Victoria! Tienes miedo de tu propia sombra y eres muy
soñadora. ¿Qué te ocurre?, ¿por qué no puedes ser como las demás princesas? -A continuación, y dando muestras de una gran frustración dijo-: ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

La reina intentó calmarle, pero, como de costumbre, sólo consiguió empeorar la situación. Los dos comenzaron a discutir sobre la princesita como si ella no estuviera presente. Ésta, que sólo deseaba poder desaparecer, bajó la cabeza y miró fijamente al mantel que tenía delante para evitar, así, sus miradas. No podía soportar verse reflejada en sus ojos ya que sólo servían para recordarle que todo lo hacia mal. Enseguida, sus heladas miradas y sus enojadas voces volvieron a mortificarla:

-¡Míranos cuando te estamos hablando, Victoria!, -le ordenó el rey.

La princesita alzó sus grandes ojos llenos de miedo, incapaz casi de oír sus palabras pues Vicky gritaba con todas sus fuerzas para acallar sus voces.

Transcurridos unos angustiosos minutos, la reina dijo:

-¡Mira lo que has conseguido, Victoria has vuelto a decepcionar a tu padre. Las princesas deben de ser
fuertes, es más, son modelos de perfección en la Corte. Estoy segura de que ya lo sabes y también de que hay una forma correcta e incorrecta de ser, de actuar y de sentir. Pues bien, ¡vas a saber cuál es la diferencia, jovencita, de una vez por todas! Vete a tu habitación ahora mismo, quédate allí y, por amor de Dios, ¡borra esa expresión de tu cara!

Por un lado, Victoria estaba abatida por todo lo que había pasado y, por otro, los gritos de Vicky le producían un terrible dolor de cabeza. A decir verdad, en eso se había convertido Vicky: en un tremendo dolor de cabeza.

Vicky seguía hablando sin parar mientras la princesita subía la escalera de caracol del palacio. «Si las
princesas son todas como ellos dicen, es muy probable que nosotras no seamos unas princesas reales.
Apuesto a que la cigüeña les trajo un bebé equivocado.» «¡Eso es, ya lo sé Victoria... Victoria! -repitió VickY elevando cada vez más la voz-, ¿me estás escuchando?»

-¡Tú --gritó Victoria en tono acusador cuando entraron en la habitación-, tú eres la débil y la que tiene miedo de todo. La única que siente lo que no debe y la que sueña cosas que, posiblemente, no van a ocurrir. ¡Incluso me haces decir lo que no debo! Tú eres la única a la que no le importa el Código Real y soy yo la que siempre tiene problemas.

-Yo soy así -le contestó Vicky en un tono de voz tan bajo que Victoria tuvo que hacer un gran esfuerzo por oírla---, y no debo de ser bastante buena, así que nunca te llevarás bien con ellos mientras siga a tu lado. Lo mejor que puedo hacer es marcharme y no volver jamás.

-¿Qué voy a hacer? -protestó Victoria, tienes que mantenerte alejada del rey y de la reina. Tal vez si te
escondieras debajo de la cama desde ahora mismo...

-¿Ah, igual que Timothy, igual que un perro? Me niego a esconderme ahí debajo. Es su lugar secreto y quiero que él se quede ahí, como siempre.

-No puedo hacer nada para que vuelva, pero sí que puedo hacer algo por ti -le contestó Victoria-, tengo que esconderte en algún sitio, y debajo de la cama es el único lugar que se me ocurre.

Vicky aceptó, aunque no estaba muy entusiasmada con la idea. Sin embargo, una vez a salvo debajo de la cama siguió hablando de lo injusto que era el Código Real, del odio y del mezquino comportamiento del rey y de la reina, de la soledad que sentía debajo de la cama todo el día, de que no era la persona más apropiada para ser la mejor amiga de nadie y de que seguía queriendo marcharse para no regresar jamás.

Esa misma noche, sintiéndose demasiado cansada para tomar su burbujeante baño de espuma y para
escuchar cualquier cuento de hadas, Victoria rechazó la compañía de la sirvienta y de la reina y se metió en la cama, mientras Vicky no dejaba de hablar.

Incapaz de poder dormir, le pidió que se callara. Pero en lugar de eso, guiada por su impulsividad salió a gatas de su escondite y saltó a la cama de Victoria, hundió su cara entre las almohadas y empezó a llorar. Las lágrimas mojaron la sedosa colcha y llegaron hasta el suelo.

-¡Basta ya -insistía Victoria por lo bajo-, no puedo soportarlo más. Vas a mojarlo todo. Además, te van a oír. ¿Qué te pasa?, ya sabes que existe una forma correcta e incorrecta de ser, de actuar y de sentir y ¡vas a saber cuál es la diferencia, jovencita, de una vez por todas!

-¿Qué vas a hacer?, -le preguntó Vicky con voz llorosa.

-Lo que debía haber hecho hace mucho tiempo. ¡Voy a esconderte en un sitio del que no puedas salir de forma inesperada ni causarme ya más problemas!

-¡Pensaba que eras mi amiga pero ya veo que no es así! – le contestó gritando -; eres tan mezquina como el rey y la reina.

-No me eches a mí la culpa. ¡Todo esto es por Tu culpa! Te dije que te mantuvieras alejada de ellos -le contestó

Victoria, levantándose de la cama al instante, al tiempo que resbalaba con sus pies descalzos en el suelo mojado por las lágrimas y encendía la lámpara de la mesilla, ¡entra ahí ahora mismo! -le ordenó, señalando uno de los armarios roperos al otro lado de la habitación-, y no quiero oírte gritar ni quejarte.

Así pues, sacó a Vicky de la cama, que gritaba sin parar, la arrastró por el suelo, la metió a empujones en el guardarropa y cerró la puerta de golpe. Luego, con el mismo tono de voz empleado muchas veces por la reina, le dijo: «Estoy haciendo esto por tu propio bien, Vicky». A continuación, colocó la llave dorada en la cerradura y la cerró con firmeza.

-¡No la cierres! Te prometo que no saldré, Victoria. Lo juro y..

-Tus promesas no significan nada -Victoria tiró la llave dentro de su ajuar de novia, de madera blanca, con ramos de rosas tallados a mano que decoraban las esquinas-. Te conozco, empezarás a hablar, a gimotear y a abrir la puerta del armario para contarme esto o aquello cada vez que te apetezca y...

-No puedes esconderme -le gritó Vicky a través de la puerta-, formamos una pareja. Prometimos ser las
mejores amigas pasara lo que pasara, ¿te acuerdas?

-Eso fue antes de que te convirtieras en mi peor enemiga, -le contestó Victoria.

-¡Victoria, por favor, por favor, déjame salir de aquí! -le suplicó Vicky, dando golpes desesperados en la puerta-, te necesito. Se supone que siempre vamos a estar juntas. ¡No me dejes sola!, tengo miedo, Victoria. Seré buena y haré todo lo que me pidas pero, por favor, ¡déjame salir!

Victoria volvió a sentarse en su gran cama de dosel y ya sola, débil y agotada, se tapó los oídos con los
enormes almohadones para no oír los sollozos de Vicky que traspasaban la puerta del armario. Por fin, éstos se convirtieron en gemidos y, más tarde, en silencio. Victoria levantó una punta de su edredón de plumas y lo acercó a su pecho para sentir su suavidad. A continuación, exhausta, se sumió en su particular mundo de los sueños en donde no hay lugar para la tristeza.

La princesa que creía en los cuentos de Hadas - Marcia Grad
 

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