domingo, 22 de enero de 2012

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas


Hubiese querido deshacerme en lágrimas, pero no podía llorar. Era demasiado mayor para hacerlo, había tenido demasiadas experiencias en mi vida. En este mundo existe un tipo de tristeza que no te permite verter lágrimas. Es una de esas cosas que no puedes explicar a nadie y, aunque pudieras, nadie te comprendería. Y esa tristeza, sin cambiar de forma, va acumulándose en silencio en tu corazón como la nieve durante una noche sin viento.
Cuando era más joven, había intentado alguna vez traducirla en palabras. Pero por más que me había esforzado en buscar las palabras adecuadas, no había conseguido comunicársela a nadie, ni siquiera a mí mismo, y había dejado de intentarlo. De modo que había bloqueado las palabras, había bloqueado mi corazón. La tristeza, cuando es tan profunda, ni siquiera permite metamorfosearse en lágrimas.

* * *

El sol penentraba por el parabrisas y me envolvía en su luz. Al cerrar los ojos, sentí como la luz me calentaba los párpados. La luz del sol tras seguir un  largo trayecto, había llegado a este humilde planeta y había dedicado una pequeña parte de su fuerza a calentar mis párpados. Al pensarlo, me sentí extrañamente conmovido. La providencia del universo no olvidaba mis párpados. En aquel instante entendí un poco los sentimientos de Aliosha Karamazov. Probablemente, a una vida limitada se le otorga una bendición limitada.

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas - Haruki Murakami

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